El cine y la infancia
14/08/2013
Un artículo de Francisco Rodríguez Criado
Me preguntaba el otro día un amigo por qué no me gustaba su pueblo, una pequeña población próxima a la capital española. Podría haberle indicado varios motivos, pero me limité simplemente a apuntar el primero que me vino a la mente: "Ni siquiera tenéis sala de cine." Al parecer mi respuesta fue lo suficiente persuasiva: conseguí librarme de un discurso localista-chauvinista que a buen seguro estaba por caerme encima.
Si mi infancia no hubiese estado tan grata y profundamente marcada por aquellas sesiones dobles que con tanto entusiasmo veíamos los chavales de mi edad cada domingo, tal vez mi postura no sería tan crítica. Y no digo que sea necesaria una sala a todo lujo, no, con una de esos cinematógrafos sencillos pero llenos de encanto que García Márquez rescató para su famoso Macondo hubiese sido suficiente. La infancia, estoy convencido, ha de estar tutelada por el séptimo arte, ese truhán que sabe sacar a flote el niño que hay en cada uno de nosotros, grandes o chicos.
Ojalá que a tantos y tantos chavales que no acuden al cine (unos porque no tienen sala a la que ir, y otros porque están demasiado ocupados con las videoconsolas y los ordenadores) no se les note demasiado que han crecido sin la compañía de Batman, Superman, el Séptimo de Caballería o los intrépidos comanches (¡Larga vida al western ahora que parece haber desaparecido!). Pero me temo que los valores y las lecciones que nos brindan las películas no tienen cabida en los artificiosos jueguecitos informáticos, en los chats de internet o en los sintéticos e intranscendentes mensajes de los teléfonos móviles.
A la infancia le han robado ese entorno mítico de las salas de cine donde lo imposible se hacía realidad.
